«Había una vez un muñeco de sal. Después de peregrinar por tierras áridas llegó a descubrir el mar...El muñeco de sal seguía preguntando: «Qué es el mar?». Hasta que una ola lo cubrió por entero. En el último momento, antes de diluirse en el mar, todavía pudo decir: «Soy yo».
Se desapegó de todo y ganó todo: el verdadero yo.
El mensaje del muñeco de sal es elemental y rabiosamente cristiano, a saber, que ante la vida la actitud más inteligente y grandiosa es la de quien se entrega a los demás. Esta es la conclusión a la que se llega cuando se contempla la evolución del protagonista de esta historia: un muñeco con su aire de persona inofensiva, con su gesto simpático, con su andar diminuto y gracioso, pero con su mar de significación encima, con su aventura de hondo surco, con su testamento de largo alcance.
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