Hablar de conversión y, más en San Agustín, es hablar de un largo y difícil proceso y un cambio de orientación en la vida.
Durante muchos años Agustín se sintió un ser fragmentado, roto. Buscaba
la felicidad, buscaba a Dios, pero dice él: “lo buscaba mal”. Según se
iban sucediendo los años iba cambiando el objeto de su felicidad, pero
cada vez se sentía más vacío e inestable.
“Desdichado todo ser humano prisionero de su afición a las realidades perecederas. Cuando las pierde, queda destrozado” (IV ,6,11)
Los primeros grupos de amigos, los juegos, el teatro, el amor, el
orgullo, el llegar a meta soñadas por él, ídolos con pies de barro que
se rompían a su paso. Y así “me veía despeñado, derramado, diluido”
(II,2,2), “me alejé de ti y anduve errante y me convertí en un paraje
miserable” (II, 10,18).
Desde que Agustín siente que comenzó a levantarse para iniciar el
retorno a Dios, con la lectura del Hortensio de Cicerón, (III, 4, 7)
pasa por muchas encrucijadas.
El peso de la costumbre, de lo que había vivido anteriormente retenían
su voluntad, “de este modo mis dos voluntades, una vieja y otra nueva,
una carnal y otra espiritual, peleaban entre sí. Este antagonismo
destrozaba mi alma” (VIII, 5,10) ¿No puede también, con nosotros, la
costumbre?
Es la aceptación de Jesús como hijo de Dios lo que le ayudará a dar el
paso definitivo hacia la conversión “rompiste mis cadenas”. Porque
hacerse cristiano, convertirse, no es sólo volver a Dios sino creer en
Jesucristo. Agustín hasta que no cree en él, hasta que no lo acepta en
su vida no se considera cristiano, ni convertido.
Agustín y todo aquel que quiera iniciar seriamente un proceso de
conversión hacia Dios tendrá que dar los siguientes pasos pasando:
De la fragmentación a la unidad: “También espero que me recompongas de la fragmentación en que estuve escindido al apartarme de ti, que eres la unidad” (II,1,1)
Del extravío al reencuentro: “Pero ¿dónde estaba yo cuando te
buscaba? Cierto que tú estabas delante de mí, pero como yo había huido
de mí mismo, no me encontraba. ¿Cómo iba a encontrarte a ti? (V, 2,2)
De la inestabilidad a la seguridad: “Lo que ahora andaba buscando no era una mayor certeza de ti, sino una mayor estabilidad en ti (VIII,1,1)
De la esclavitud a la libertad: “Rompiste mis cadenas, te ofreceré un sacrificio de alabanza” (VIII,1,1)
De la vacilación a la decisión: “Me convertiste a ti de tal modo,
que ya no me preocupaba de buscar esposa ni me retenía esperanza alguna
de este mundo” (VIII,12,30)
De lo que es costumbre a la novedad: “Mi alma sentía verdadero pánico de verse apartada de la costumbre que la consumía hasta matarla” (VIII,7,18)
¿Estamos dispuestos a iniciar nuestro proceso de conversión profunda, verdadera?, ¿Qué nos retiene?
Hna. Carmen Ramírez González